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Quiero agradecer por la felicidad en el rostro de mis hijas. Esta injusta y arbitraria situación, nos ha dado dolor y mucha tristeza, pero también nos ha traído esperanza, fe y orgullo. Esperanza en que se haga justicia, fe en las instituciones y sus representantes y orgullo de ser quienes somos.

jueves, 16 de diciembre de 2010

QUE SE SEPA

    Recuerdo como si fuera ayer ese día de 1979 cuando me despierto con unos golpes en la puerta de entrada de la casa. Miro la hora y era demasiado temprano para que algo bueno llegara con noticias a despertarme de un sueño que no había sido tan reparador. Esperé unos minutos a que mi padre o mi madre se levantaran a atender la llamada, como no se pronunciaron me levanté un tanto confundido con lo que me esperaba al abrir la puerta. Era un primo de mi madre que sentado en la jardinera que adornaba el costado del portal me consultaba por ella con una voz que me hacía presagiar que era cierto eso de que nada bueno podía estar pasando. Le respondí que durmiendo y que pasara mientras la despertaba. Eso hice y a los pocos minutos mi madre lloraba y mi padre se confundía con la noticia, siempre pensando en su imagen más que en el dolor de mi familia. El primo de mi madre al poco rato de habernos contado que habían sido atacados en su parcela por una cuadrilla de carabineros que habían ametrallado todo y dinamitado desde diferentes flancos su propiedad, se acomoda en el sillón donde yo lo había dejado al recibirlo en la madrugada, y notamos un pequeño charco de sangre que de a poco fue creciendo hasta darnos cuenta que estaba muy mal herido. Había corrido más de 6 kilómetros con una bala de metralleta que le había atravesado el vientre, pero él con la impresión de los sucesos no había notado nada hasta que el cuerpo se le empezó a enfriar sentado en ese sillón de donde sólo se paró para subirlo a una camioneta en la que lo llevamos a la Iglesia San Agustín en La Serena donde operaba la Vicaría de la Solidaridad.  No alcanzamos a que entrara cuando una patrulla de militares nos detiene y a él se lo llevan detenido; por sus heridas fue trasladado al Hospital, fue operado y su recuperación fue en una camilla desvencijada y engrillado por todas sus extremidades como si en ese estado hubiese podido arrancar a una libertad que nunca necesitó expiar. Mientras eso le sucedía, con mi madre nos habíamos armado de valor y partimos a la parcela de mis tíos y al entrar encontramos unas patrullas de militares destruyéndolo todo. Hacían fogatas con los libros, los discos de música clásica, las partituras de piano, en fin con cuanto creían podía reflejar una conciencia político cultural que contrariara los mandatos del General. Mi madre empezó a vociferar que eran unos descabellados, inconscientes, brutos, animales; mientras tanto yo recorría estupefacto los alrededores en el que circulaba por los cráteres de las granadas o dinamitas que habían lanzado desde diferentes puntos tratando de hacer parecer que habían sido atacados desde dentro de la parcela. Mi madre me grita que me acerque y al lado de ella había una suerte de oficial de ejército que con desparpajo nos indica que “el viejo se había suicidado” y que “no era bueno que viéramos ese espectáculo grotesco en el que había quedado”.
    Con mi madre nos miramos, nos tomamos de las manos y caminamos hacia el interior de esa casa que me había cobijado desde niño. Veía cómo soldados con sus fusiles partían las paredes y desprendían los anaqueles botando al suelo cientos de recuerdos con los que crecí hacía lo que soy hoy. Entramos al dormitorio de mi Tío Daniel Acuña Sepúlveda y lo encontramos en miles de pedazos, algunos con restos de su cabellera, diseminados por todas partes de su habitación y baño. Lo habían asesinado arrojándole una granada; lo recogimos con nuestras propias manos, sin guantes: era nuestro Tío, lo quisimos, nos contó historias, nos educó. En una bolsa de basura negra cupo entero de a pedazos. La orden la había dado el Intendente de la Cuarta Región Don Patricio Serre, edecán de Pinochet.
    Ahora que han pasado tantos años, sin haber ningún detenido ni procesado por el crimen de mi Tío me encuentro escribiendo por primera vez esta historia pensando en mi amigo Enrique Villanueva a quien la “justicia” lo encarcela por la opinión de un delincuente que buscando granjerías desde Brasil  se transforma en aliado de la UDI. Qué vueltas tiene la vida, quién se iba a imaginar que la UDI iba a aliarse con un delincuente para encontrar un chivo expiatorio a la incapacidad de la concertación para mantener encarcelados a los asesinos de Jaime Guzmán. Quién se iba a imaginar que el OPUS DEI encontraría la manera de proclamar la mentira como mecanismo válido para hacerle un regalo a la madre de Guzmán. O para afianzar la Fundación con el nombre del Senador o para aprovechar que el gobierno actual es de ellos (bueno casi de ellos) y así hacer lo que les de la moral hacer. ¿Quién de ellos estaría dispuesto a encarcelar al Señor Serre por la muerte de mi tío Daniel? ¿Quién de ellos estaría dispuesto a destrabar los juicios por violación a los derechos humanos que aún pululan por los tribunales?, ¿Quién de ellos estaría dispuesto a lanzar la primera piedra aduciendo una moral a toda prueba?.
    Nos hemos llenado de satisfacción con el encarcelamiento de Enrique: porque nos hemos dado cuenta quiénes son sus verdaderos amigos y quiénes se han aprovechado de sus magníficos conocimientos en estos 6 años en Chile. Nos hemos llenado de satisfacción con el encarcelamiento de Enrique porque nos hemos terminado por convencer que en Chile no hay Justicia plena y por eso nos pondremos a trabajar por formar generaciones futuras que no sean como la UDI, como la Concertación, sino que sean personas íntegras capaces de reconocer los errores y reivindicar a los inocentes, personas que busquen el bien común y no “quedar bien con la Tía Errázuriz”.
    Nos hemos llenado de insatisfacción también con el encarcelamiento de Enrique porque se ha truncado  el acuerdo de reconciliación y de perdón y de oportunidad de reinserción que había promulgado a los cuatro vientos el Informe Rettig, el Informe Valech..en su tumba se revuelcan sus gestores dándose con la tapa del ataúd por haber creído en los políticos y jueces chilenos.
     Un hombre como Enrique y como tantos otros que no se quedaron en sus casas esperando que pasara la dictadura, son hombres valiosos, son hombres de verdad, son hombres patriotas, son hombres que habiendo visto que la manera de liberar la nación no era ya por las armas, se reinsertaron con preparación doctoral a mejorar la calidad de las relaciones entre las personas, las organizaciones y el Estado. Las universidades han visto y conocido su trabajo(aunque por temor y falta de solidaridad algunos hayan dado un paso al costado), las empresas han visto y conocido su trabajo, las personas que lo han conocido saben que una persona como Enrique nunca habría asesinado a alguien para obtener beneficios personales, como Hernández Norambuena y sus secuaces. Pero esas son las personas a las  que se les cree en Chile: a los delincuentes.
    Las personas luchadoras, emprendedoras e inteligentes que saben cuándo comenzar una nueva etapa, con nuevas estrategias de cambio societal, se les encarcela y se les apremia. Viva Chile!!..Viva la esperanza por un país con jueces libres, con decisiones libres, con políticos moralmente probos, con Presidentes serios, con Justicia equitativa!!!...Viva Enrique Villanueva y todos los revolucionarios que con cojones prestaron sus servicios a la liberación del yugo militar dictatorial; Vivan los revolucionarios que hoy desde la no violencia nos sentamos en el frontis de nuestras casas esperando que más temprano que tarde pasen al frente nuestro los cadáveres de los que asesinaron a mi Tío Daniel Acuña Sepúlveda, Jaime Guzmán y a miles y miles de compatriotas. Fuerza Enrique!!!!
Vicente Papic A.
Sociólogo
Magíster en Desarrollo y Comportamiento Organizacional
Magíster en Dirección Estratégica de Recursos Humanos
Diplomado Internacional en Gestión por Competencias